martes, 22 de septiembre de 2009

La ruta del café

Desde las tierras altas, los campos de café se veían como un bien que nos fue negado. Sería la altura, el frío o qué sé yo pero a nosotros solo nos quedó participar de la bonanza que generó el café, como recolectores, como mozos, a lo más como comerciantes. Los relatos que me contaron en la infancia incluían siempre una peregrinación a las tierras medias y bajas, era una especie de viaje iniciático. Pero después, vino el desplome de los precios del café y la inversión en la infraestructura de los pueblos de las tierras altas, por lo que la situación pareció invertirse. Sin embargo, en este viaje me encontré en cada pueblo evidencias de ese antiguo peregrinar constante. En un principio, me sorprendía que personas de cierta edad de las tierras bajas pudieran entender el mixe que yo hablo sin ningún problema, cuando para mí el que ellos hablaban era prácticamente ininteligible; al preguntar, alguien me respondió que podía entenderme porque el mixe que yo hablaba era semejante al de los trecientos recolectores que él comandaba durante la temporada de recolección del café. "Te entiendo porque hablas un mixe de mozos" me decían. En otro lugar, hablé con una mujer que había salido a los ocho años de mi pueblo para trabajar como recolectora y que nunca había vuelto, me dijo que le enternecía mucho poder escuchar de nuevo el mixe de sus padres y por eso me hacía más conversación. Muchos de los recolectores se fueron quedando a vivir en las tierras bajas, aunque casi siempre se referían a las tierras altas como el primer hogar; "cuándo regresas a nuestra casa(Ayutla)" me preguntaban personas que hablaban ya un mixe distinto y que solo habían conocido mi pueblo en el recuerdo de lo que sus padres les contaron. La ruta del café parece haber marcado la forma de vida de una generación y casi no conozco a ninguna persona mayor de las tierras altas que no guarde alguna aventura, un amor o una tragedia asociada al viaje para recolectar café, a dos pesos cada lata y en dos meses cien latas. De todo eso, ahora queda poco, en ciertos lugares prefirieron establecer potreros en lo que antes fueron cafetales; en otros, el café perdió su valor simbólico junto con el valor económico y ahora, para halagar al visitante, le sirven Nescafé aún siendo productores todavía; pero en otros lugares, los cafetales han tomado un segundo aliento y el café sigue alimentando una forma de vida que gira alrededor de él, el café sigue siendo ese bien preciado, ese símbolo de riqueza con el que te garantizan una oferta de matrimonio. Yo, por todo eso, no puedo ver un cafetal sin pensar en bonanza y bienestar; aunque yo ya no pertenezca a la generación de recolectores, quise hacer mi viaje iniciático también. Ahora que recorrí los mismos caminos de la ruta del café pero en sentido contrario, no podía dejar de pensar en la época en que los mixes de la alta mirábamos hacia adentro y no hacia afuera, cuando la aventura y las ganas de correr mundo se materializaban siguiendo veredas de tierra roja.

3 comentarios:

  1. y ahora tú lo volviste hacer. Qué se siente la tierra roja?
    Qué se sentirá el asfalto de nuevo?
    Hasta prontito.

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  2. como siempre: cada paso es un acto ético, político y estético.

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  3. ándale Oso, justo Pedro me decía de unos ensayos que hablaban del acto caminar como manifestaciones de distintas cosas, ya te los pasaré...

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